Del blog al papel

Y finalmente llegó el libro tan esperado: Mar cruzado, la segunda parte de Como si no hubiera que cruzar el mar. Después de compartir una experiencia lectora muy rica y diferente, la novela arriba a nuevos puertos: las librerías y las escuelas. Esperamos que nos sigan acompañando en este recorrido.


¡Atención!

Son los últimos días de la novela Mar cruzado online... ¡No te la pierdas!

Hola-adiós a todos los lectores de la novela-blog Mar cruzado

Antes de que se termine la historia de Caro (por ahora, al menos), quería darles un abrazo virtual y agradecerles la compañía que semana tras semana les hicieron a los personajes de la novela y a quienes estábamos del otro lado, escribiendo, ilustrando, editando y colgando los capítulos con todo nuestro cariño y dedicación. Quiero contarles que, además de las ilustraciones heteróclitas y bellísimas de Carlus, que habrán seguramente disfrutado, esta “experiencia de novela” llegó a sus pantallas, como niñito que recién se larga a caminar (y ahora anda trepando por las paredes), de las expertísimas manos editoras de Lucía Aguirre.
(Quiero confesarles, en voz baja, que saber que estaban ahí nomás, al principio, nos tenía a todos un poco nerviosos; luego nos fuimos aflojando y al final pudimos disfrutar, justamente, de ese acompañamiento que les agradecí líneas arriba).

Publicar “de a cachitos”, como fue la experiencia desde el lado de la producción de la novela, no es nada nuevo bajo el Sol: a los folletines los inventaron en el siglo xix los dueños de los diarios para cautivar compradores. En ese momento, los lectores buscaban, semana tras semana, la continuación de las historias que habían quedado literalmente pendientes del hilo de tinta de la pluma del escritor. Pero, ya habitantes de las grandes ciudades, la operación de lectura era realizada en solitario, cada uno por su lado y taza, taza, como diría Nacho, cada uno en su casa. El escritor, por supuesto, ni se enteraba de quiénes eran sus lectores y mucho menos les veía la face .
Conocerse entre los lectores y que el escritor pueda saber quiénes son (al menos algunos de ellos) son los dos fenómenos nuevos que hemos experimentado en estos espacios públicos en el no-espacio, instaurados por las modalidades del blog y el Facebook. Y son las dos características más gordas que diferencian el folletín del siglo xix de la blogel (blog novel) o eblook (ebook en formato blog), que así se llama, parece, lo que estuvimos haciendo, como Monsieur Jourdain hablaba en prosa sin saberlo, ustedes y nosotros, desde septiembre hasta ahora.

Debo ser sincera y confesarles que la discusión sobre Facebook que se escenifica en el capítulo/entrega/colgada 40, “Tomar la palabra/dar la cara”, es un espejo de todos mis sentimientos encontrados sobre las redes sociales. Y, habiendo transcurrido esta experiencia de lecto-escritura de una novela en simultáneo, me he puesto a pensar y repensar la cuestión y encontré la razón por la cual me sentí tan cómoda mientras duró. Es que en esto de entrar en contacto virtualmente, solo (o primero) a través de la palabra, lectores y escritores, somos indudablemente pioneros.
Muchas veces, cuando era chica, y me veían absorbida en la lectura, quienes no me conocían, me preguntaban con lástima: “¿Qué hacés ahí solita?”. Pero yo no lo estaba, queridos lectores, como ustedes comprenderán: estaba acompañadísima, en cambio, por toda una serie de personajes que en el mundo exterior ni siquiera se podían imaginar, amén de “la vocecita de la conciencia” a veces tan omnipresente de ciertos narradores…
¿Hubieran creído los que me preguntaban que, unos cuantitantos años después, se iba a hacer posible leer “ahí, pero no solitos” tan evidentemente? ¿Quién nos iba a decir, que una de las actividades calificadas entre las más solitarias en la vida, como es leer, se practicaría junto con otros? (Si no me creen lo de “más solitaria”, lean o relean el capítulo final de Si una noche de invierno un viajero, de Ítalo Calvino, en el que el Lector y la Lectora comparten la misma cama, ¡separados por diferentes libros!).
Y ahora les pregunto a mis compañeros en el oficio (contesten, por favor, sin cruzar los deditos en la espalda): ¿no es llegar con sus palabras, hacer compañía, contar para contarse y contar para contarlos, lo que un escritor intenta cuando les pone manitos a las frases para tendérselas a los lectores? De humano a humano, de corazón a corazón, o de inteligencia a inteligencia, si se quiere, a este contacto antes unidireccional le ha crecido una punta de flecha en el otro extremo, como les pasa a las conversaciones, cuando las profes de lengua las esquematizamos en el pizarrón, junto con los roles intercambiables, por turnos, de emisor y receptor.
Y que el que escribe pueda leer a los que leen, ¿cómo modificará eso los textos? Hace ya rato que dejé la investigación académica y esta pregunta merece, claro, respuestas a partir de estudios sobre estas nuevas prácticas. Hoy por hoy, sin embargo, a punto de sacar el pañuelito del adiós e irme “con la novela a otra parte”, prefiero contarles simplemente mi feliz hallazgo subjetivo: contrariamente a lo que pensé que sentiría, los ojos del lector en la nuca, lo que pasó, en cambio, fue que esas manitos que yo iba poniendo en las frases, fueron tomadas y estrechadas. Y yo pude verlo, lo hicieron en mi cara. Esto fue leer y escribir juntos. Lo demás el tiempo dirá si es literatura, pero no será, creo, lo más importante.

Hasta la próxima lectura (y escribo lectura y me suena a ronda, a mateada). Pero antes, cuando a Mar cruzado le pongan su trajecito de señor libro las amorosas manos de los alfaguaros, que sea él no solo el texto sino también el pretexto, para que nos encontremos y nos demos como Caro y Jordi, un abrazo por supuesto no virtual. Al fin y al cabo, ya seremos viejos conocidos.

Cecilia